Educación del príncipe don Juan - 1877

Educación del príncipe don Juan - 1877

SALVADOR MARTÍNEZ CUBELLS (1845-1914)

Esta pintura representa un episodio relativo a los esfuerzos que, como madre, tuvo que realizar Isabel la Católica para educar a su único hijo varón, el príncipe don Juan, en los principios de la liberalidad y el desprendimiento personal.

El contenido de esta pintura es fruto de una tendencia que la pintura de historia, a pesar de su componente eminentemente romántico, asimila también desde el Realismo: la presentación de los grandes héroes del pasado envueltos en sus preocupaciones cotidianas, similares a las de cualquier otro ser humano. Específicamente, una de estas preocupaciones, que, por otra parte, los pintores más gustaron de representar, fueron las relativas a los papeles familiares y educativos. Con ello no se hacía sino trasladar al pasado uno de los pilares de la sociedad moderna. El papel edificante del género, destinado hasta entonces a ilustrar los grandes ideales patrios, se adaptaba, así, a una función moderna, llena de sentimentalismo, pero también de responsabilidad.

En general, obtuvo el aplauso de la crítica, que apreció la adecuada representatividad de la figura de la reina católica: como era costumbre en todas las pinturas del género, aparece con la cabeza cubierta, elemento iconográfico indispensable para su inmediato reconocimiento, y, en este caso, con expresión, complacida y satisfecha, que también se consideró la adecuada para el momento elegido. Pero, sobre todo, se valoró la suntuosidad de la escena, donde destacan los brillos de los vestidos y la complejidad de tapices y mobiliario, con un sorprendente efecto global de carácter decorativo.

A algún crítico francés, que cita expresamente a Veronés, le recordó la riqueza plástica de la escuela veneciana: en efecto, como hicieron otros pintores coetáneos de la escuela valenciana, Martínez Cubells trata de cautivar al espectador, sobre todo, a través de una ampulosidad cromática y pictórica que tiende a diluir los efectos volumétricos, y donde el armazón compositivo parece perderse. No obstante, esto último es también influencia del Realismo emergente, percibido, asimismo, en el tratamiento de los objetos y, sobre todo, en el carácter circunstancial del momento representado. En este sentido, uno de los elementos que más sorprendieron a los críticos, no acostumbrados a la ausencia de un inequívoco y grandioso sentido argumental de la pintura, como era habitual en la tradición romántica, fue la ausencia de tensión, del nervio dramático que debía conmover al espectador.

La pintura fue premiada con medalla de primera clase en la Exposición Nacional de 1878, galardón que obtuvo por unanimidad, y figuró, también, en la Universal de París de ese mismo año.

(Extracto de: De Miguel Egea, P. (Coordinadora), de Antonio, T., Reyero Hermosilla, C., Gutiérrez Burón, J., & Solana Díez, G. (1999). El arte en el Senado (pp.280-283). Secretaría General del Senado. Madrid.)