Combate naval de Lepanto - senadocultural
JUAN LUNA Y NOVICIO (1857-1899)
Esta obra recrea un momento de la batalla naval de Lepanto, de gran significación en la historia de España, y, en particular, del reinado de Felipe II, por cuanto supuso la rendición del poder otomano en el Mediterráneo y el definitivo freno a su avance por Europa. Representa, exactamente, el momento en que la galera real y cabeza de la escuadra cristiana embiste con su proa a un galeón turco, haciendo naufragar a sus ocupantes, al frente de la cual está, con un yelmo emplumado, don Juan de Austria, representante del rey y general en jefe de la Santa Liga, delante de los almirantes de Roma y Venecia, Colonna y Veniero. En primer término, entre el fuerte oleaje, aparece un pequeño bote en el que, entre los combatientes cristianos, se reconoce la figura de Miguel de Cervantes, cuyo brazo ensangrentado ya insinúa su futura condición de manco.
Esta pintura le fue encargada al pintor hispano-filipino con objeto de decorar el Salón de Conferencias del Palacio del Senado, donde también iban a ir ubicadas La Rendición de Granada, de Pradilla, La Conversión de Recaredo, de Muñoz Degrain, y La entrada de Roger de Flor en Constantinopla, de Moreno Carbonero.
Es una obra de una singularidad extraordinaria dentro del género, ya que escapa por completo a los convencionalismos representativos a los que éste acostumbra a someterse. La excepcional osadía plástica con la que el pintor evoca una escena histórica concreta, que de suyo impone unas grandes exigencias representativas, no tiene parangón.
Luna ha dejado de lado la descripción naturalista de los detalles y de los personajes (aunque se reconozca a don Juan de Austria y a Cervantes como una inevitable concesión a las tradiciones), en favor de un objetivo más sensorial, el reflejo pictórico del embrollado desconcierto producido por el enfrentamiento, en el que incluso parece envuelto el propio pintor y, por supuesto, el espectador, aproximado desde la distancia en la que, habitualmente, le sitúa la pintura más académica. Para ello aplica, indudablemente, recursos barrocos, recuperados ampliamente después por el Romanticismo, como es el visible sentido confuso y turbulento de la composición, pero lo consigue, sobre todo, a través de una visión fragmentaria y, hasta cierto punto, inconexa, que parece en estrecha relación con experiencias fotográficas contemporáneas. Ello le permite escapar de la jerarquía visual de la pintura antigua, hasta el punto de que todo parece continuar más allá de los límites del lienzo.
(Extracto de: De Miguel Egea, P. (Coordinadora), de Antonio, T., Reyero Hermosilla, C., Gutiérrez Burón, J., & Solana Díez, G. (1999). El arte en el Senado (pp. 274-277). Secretaría General del Senado. Madrid.)