Últimos momentos de Felipe II

Francisco JOVER Y CASANOVA (1836 - 1890)

1864. Óleo sobre lienzo, 150 * 212 cm.

Obra depositada por el MUSEO NACIONAL DEL PRADO en el Senado

La acción representada en esa pintura acontece en una de las estancias palatinas del Monasterio del Escorial: a través de la ventana del fondo se reconoce el grupo escultórico de Leoni, con la familia real, ubicado junto al altar mayor de la iglesia, que evidencia el esfuerzo del pintor por proporcionar verosimilitud arqueológica a la escena. En la parte superior derecha, en penumbra, se distingue, también, la Dolorosa (Madrid, Museo del Prado) de Tiziano, que su padre el emperador Carlos V había llevado a Yuste, donde también la tuvo en cuenta Rosales en su cuadro la Presentación de don Juan de Austria (Madrid, Museo del Prado) con el fin de proporcionar lo que se denomina "carácter de época". El monarca moribundo bendice a su hijo, el futuro Felipe III, en presencia de su hija Isabel Clara Eugenia, ambos en el centro; de dos eclesiásticos a la izquierda, presumiblemente el arzobispo de Toledo, Loaysa, y el prior del Monasterio, o, acaso, su confesor, fray Diego de Yepes; y tres gentilhombres a la derecha, tal vez don Cristóbal de Mora y don Fernando de Toledo, privados del rey. Está inspirada en el siguiente relato, extraído de la Historia de España de Modesto Lafuente: "El 11 de setiembre, dos días antes de morir, hizo llamar al Príncipe y a la Infanta, sus hijos; despidióse tiernamente de ellos, y en voz ya casi exánime les exhortó a perseverar en la fe y a conducirse con prudencia en el gobierno de los Estados que les dejaba, y además entregó a su confesor la instrucción que San Luis, rey de Francia, había dado a su heredero a la hora de su muerte, para que la leyera a sus hijos".

La obra fue premiada con una medalla de tercera clase en la Exposición Nacional de 1864, donde obtuvo catorce votos favorables del jurado calificador.

Destaca por su sobriedad compositiva, estrechamente relacionada con La muerte del príncipe don Carlos (Madrid, Palacio Real), de Gisbert, que había sido primera medalla en 1860, y, por supuesto, con Doña Isabel la católica dictando su testamento (Madrid, Museo del Prado), de Rosales, estrictamente coetánea, pues fue primera medalla en 1864, lo que demuestra la existencia de un esquema común para este tipo de argumentos. Está ejecutado con una pulcritud casi celestial, especialmente visible en los personajes y en los rostros, con objeto de ofrecer una imagen idealizada de los personajes, que se contradice con la podredumbre física que, según todas las crónicas, se respiraba en la estancia mortuoria de Felipe II. Antes al contrario, Jover nos ofrece una imagen del rey mucho más joven y sano, en un marco absolutamente teatral, donde los impolutos personajes parecen actuar para la ocasión. Se trata de una típica reconstrucción académica del pasado, llena de convencionalismos representativos, tanto en los gestos como en los accesorios, donde el pintor trata de demostrar su aplicación y destreza en el empleo de unos determinados recursos visuales. (Texto de Carlos Reyero Hermosilla, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, pág. 268).