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Salvador MARTÍNEZ CUBELLS (Valencia, 1845 – Madrid, 1914)
1902. Óleo sobre lienzo, 100 * 75 cm.
Jacobo Ozores y Mosquera, marqués de Aranda y señor de Rubianes, nació en Santiago de Compostela en 1834. Se doctoró en Derecho, accediendo a la Cámara Alta como Senador vitalicio en la Legislatura de 1867-1868.
En la de 1876-1877 representó a la provincia de Pontevedra, figurando de nuevo como Senador vitalicio desde 1877 hasta su muerte en 1901. En esta última etapa fue Secretario de la Cámara lo que le granjeó el reconocimiento oficial -significado por el Collar de la Orden de Carlos III, que luce en el retrato-, y la amistad y respeto de Senadores que en la Comisión de Gobierno Interior de 11-XII-1901, acordaron: que con cargo al presupuesto del Senado, se ejecute un retrato al óleo del Sr. de Rubianes, Marqués de Aranda, Secretario 4º, recientemente fallecido, para ser colocado en el despacho de los señores Secretarios, en consideración a que desde el año 1876 hasta la fecha de su muerte había venido desempeñando el cargo. El cuadro se encargó a Martínez Cubells, con las mismas medidas que los retratos de los Presidentes, aunque curiosamente el precio acordado, 2.000 ptas. es inferior en 500 ptas. al que se había pagado unos años antes por los retratos de los Presidentes Montero Ríos y Marqués del Pazo de la Merced.
La rebaja en el precio no significa una disminución de la calidad del retrato que se presenta más suelto y abocetado, manteniendo las características de Martínez Cubells como ese fondo neutro e impreciso, sin apenas indicaciones espaciales pero armonizado con la figura en la mejor línea velazqueña, junto a la precisión en elementos cuales los cordones del uniforme o el gran Collar y Cruz de la Orden de Carlos III, o el color al que un crítico calificaba de muy español, pastoso y brillante. Mención especial merece el tratamiento de la figura que parece responder a la consabida dosis de idealidad característica del autor, pero sin perder un ápice de espontaneidad y naturalidad. Una figura que rebosa vida, la primera condición que debe tener un buen retrato, y parece buscar una cierta complicidad con el espectador, la misma que sin duda había entre el artista y el modelo. Se explica así la simpatía desbordante de este retrato y la atracción que ejerce sobre el aficionado. (Texto de Jesús Gutiérrez Burón, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, págs. 202 y 203).