sefaradIV - senadocultural

José Manuel BROTO (Zaragoza, 1949)
1992. Acrílico sobre lienzo, 260 *200 cm.
Broto recibió en 1995 el Premio Nacional de Artes Plásticas. Su trayectoria le ha acreditado ya, según ha escrito Juan Manuel Bonet, como el más destacado entre los pintores españoles actuales de "veta lírica".
Cuando Broto fijó su residencia en París, en 1985, su obra avanzaba hacia una mayor concentración expresiva. Desde entonces, sus cuadros han tenido carácter de emblemas: en cada composición suele dominar un único signo monumental. A finales de los ochenta, estos signos eran formas blandas y curvas, como intestinales o excrementicias (en contrapunto, es cierto, con algún elemento rectangular). Hacia 1992, con la serie Los Libros, se enseñorean de su pintura unas figuras geométricas, minerales, lapidarias. Ellas dominan también en la serie Sefarad (1992-93), especialmente los poliedros estrellados, que se someten a diversas permutaciones y a veces se desarticulan. En el Renacimiento, el estudio de los poliedros estaba vinculado a la ciencia de la perspectiva, piedra angular de la teoría de la pintura: así en los estudios de geometría de Paolo Ucello y Piero della Francesca, en los dibujos de Leonardo para el tratado De Divina proportione de su amigo Luca Pacioli, o en los esquemas de la Perspectiva corporum regularium del orfebre alemán Wenzel Jamnitzer.
Sefarad IV es el cuadro más tenebroso de la serie; entre una densa niebla oscura, se distinguen los ángulos agudos de una forma que flota en el espacio, como una enigmática presencia, como un signo del Deus absconditus, del Dios que se oculta. Sefarad es el nombre de España en hebreo, y este poliedro puede sugerir la estrella de David. Igual que las geometrías de otros cuadros de la serie recuerdan los laboriosos entrelazados de la decoración islámica. Éstos podrían ser, pues, emblemas de las culturas semíticas, judía y árabe, que son a la vez hermanas y rivales, ambas desterradas de la Peninsula y ambas, a pesar de todo, presentes en nuestro legado. La pintura de Broto despierta la memoria de un remoto pasado colectivo y evoca el laberinto de la herencia cultural española. (Texto de Guillermo Solana Díez, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, pág. 440).