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José CASADO DEL ALISAL (1831 - 1886)
1866. Óleo sobre lienzo, 225 *380 cm.
Obra depositada por el MUSEO NACIONAL DEL PRADO en el Senado
Habitualmente conocido por el título de Gonzalo Fernández de Córdoba en el campo de Ceriñola ante el cadáver del duque de Nemours, este cuadro fue presentado a la Exposición Nacional de 1866 (celebrada a comienzos del año siguiente), donde fue premiado con una consideración de primera medalla. En el catálogo de la misma se hace constar el relato en el que está inspirado, síntesis de crónicas contemporáneas y reinterpretaciones históricas: "Después de la batalla de Ceriñola, a la mañana siguiente recorrió el campo el Gran Capitán con otros caballeros, y en él encontró el cadáver del Duque de Nemours, último de la casa de Armañac: El caballero vierry de Nápoles, jefe del ejército francés, había sido reconocido por uno de sus pajes, y entre un montón de cadáveres desnudos contempló con dolor aquel cadáver el generoso Gonzalo de Córdoba, y lloró la muerte de tan buen caballero, a quien hizo después honras fúnebres". Este emotivo episodio era un pasaje muy relevante en todas las historias de España escritas en el siglo XIX, aparte de que el personaje resultaba también particularmente atractivo para la literatura: el poeta Manuel José Quintana le dedicó una de sus Vidas de españoles célebres.
La anécdota ejemplifica un aspecto moral, tradicionalmente unido al carácter español, que deriva de La rendición de Breda de Velázquez, y ya utilizado por el propio pintor en La rendición de Bailén, como es el respeto del vencedor hacia el vencido. Este argumento constituye, sin duda, uno de los aspectos histórico-emotivos que más llamaron la atención de la pintura.
Aunque, por su sencillez compositiva y el tratamiento idealizado de los personajes, la pintura supone, en la trayectoria artística de Casado, una vuelta a los principios estéticos de su carrera como pintor, en la órbita de un academicismo tardorromántico, posee una gran calidad. Los visibles defectos compositivos, precisados por Díez García, respecto a la desproporción del jinete del extremo derecho y, sobre todo, la cortedad de las piernas del Gran Capitán, entre otros, que la crítica contemporánea se encargó de poner de relieve con manifiesta acritud, no empañan el espléndido grupo de la izquierda, con el paje que sostiene el cuerpo de su señor, que, como igualmente señala Díez García, "constituye uno de los fragmentos más bellos de toda la pintura de historia española del siglo XIX". El efectista desnudo masculino, ejecutado con un delicadísimo dibujo, junto al refinado sentido del color y la mesurada plasticidad de los volúmenes con la que está tratada esa parte de la pintura, en el marco sombrío del atardecer, cuyos últimos reflejos destellan a lo lejos, entre las humaredas del final de la batalla, alcanza un intenso sentido poético que va mucho más allá del discurso intelectual en el que se sustenta habitualmente la pintura de historia.
Las fuentes antiguas recogen la existencia de numerosos dibujos y un boceto preparatorio, cuyo paradero actual se desconoce, en relación con esta pintura. En la Diputación Provincial de Palencia se conserva un estudio para la parte derecha del cuadro. (Exracto del texto de Carlos Reyero Hermosilla, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, págs. 252 y 254).