Isla para los deseos

José Luis FAJARDO (La Laguna, Tenerife 1941)

1984. Acrílico sobre lienzo, 150 * 150 cm.

El pintor Fajardo nació en La Laguna (Tenerife). De formación autodidacta, su primera exposición tiene lugar en Tenerife en 1962; en ella presenta unas obras ya en pleno territorio abstracto, dentro de la conjunción Mondrian-Klee, como decía Eduardo Westerdahl. En 1964 se marcha a Madrid, donde trabajará en la línea de una abstracción informalista influida por los pintores de El Paso y en particular por los dibujos y escrituras de Millares.

En los años siguientes se vuelve hacia la figuración expresionista: imágenes en las que el cuerpo humano aparece descuartizado, extraños personajes sombríos con resonancias de Goya y también de Millares. Después vendrá (hacia 1968) la serie de sus aluminios, donde la plancha metálica se ve deformada, cortada y perforada (como Lucio Fontana rajaba o agujereaba sus lienzos), imponiendo a este medio frío sugerencias de formas orgánicas, de huesos o vísceras.

Hacia 1975, la serie de los aluminios deja paso a una serie de pinturas sobre lienzo, la serie blanca, que es una suerte de meditación ante el vacío, ante la nada visual. Son cuadros dominados por el blanco y los matices del gris, abstracciones tonales y no coloristas, donde la pintura diluida produce fantasmas evanescentes. Siempre está presente la línea del horizonte, y la añoranza de Canarias, como se hace patente en los títulos: El rumor del Atlántico, Signos para el mar, Isla en busca de personaje... (Posteriormente, desde 1986, Fajardo ha regresado a la figuración con una serie de personajes de estirpe goyesca, a los que llama "Ucrónicos").

Dentro de la mencionada serie blanca se inscribe Isla para los deseos. En mitad de la tela, en su blanco oceánico, se traza el horizonte y sobre él una forma oval, la isla, casi como un espejismo de los deseos, como objeto de contemplación y de nostalgia. En los finos trazos negros difuminados se advierte cierta afinidad con el estilo de Fernando Zobel, con sus líneas sutiles y sus ligeros barridos. (Texto de Guillermo Solana Díez, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, pág. 432).