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Josep Maria VAYREDA CANADELL (Olot, Girona, 1932 - 2001)
1983. Óleo sobre lienzo, 74 * 92 cm.
Josep Maria Vayreda nació en Olot (Girona), de una familia que había dado pintores célebres. Se formó en la Escuela de Artes y Oficios de su ciudad y a los veinte años expuso allí por primera vez (una serie de acuarelas). Comenzó la carrera de Derecho, pero la dejó para dedicarse a la pintura. En 1958 expuso en Barcelona y ganó el premio de la Asociación de la Prensa. Aquel mismo año se trasladó a París, donde conoció las dificultades de la bohemia: ofrecía sus dibujos y acuarelas por los cafés y en un par de ocasiones tuvo que pintar con tizas en el suelo del Boulevard Saint Michel para sobrevivir. En las calles de Montmartre encontró a la vez su estudio y su mercado, vendiendo sus cuadros a los propietarios de los bistrots o a los turistas norteamericanos (entre ellos a dos estrellas de Hollywood, Fred MacMurray y Glenn Ford). En 1966, padre de una familia que crecía, decidió regresar a España y se estableció en Girona.
Desde su vuelta de París, Vayreda ha pasado los veranos en Cadaqués, un pueblo de gloriosa tradición pictórica (frecuentado por Picasso, Derain o Dalí), que él ha representado en muchas ocasiones combinando un armazón geométrico subyacente con una pincelada casi neoimpresionista. Cuando el Ministerio de Información y Turismo encargó a Vayreda un cuadro para un cartel de promoción turística, el artista escogió precisamente la imagen de Cadaqués. Los balcones de la casa del pintor dan sobre la bahía. Esta vez, prefiere mirar al pueblo desde fuera y desde lejos. La iglesia, sobre las casas apiñadas, aparece en el centro del cuadro, en la confluencia entre los perfiles de las montañas y las líneas de las casas que llegan hasta la orilla. Así, la iglesia y el pueblo entero son como un ómfalos, un ombligo cósmico, donde se encuentran el cielo, la tierra y el mar. La luz del firmamento relumbra en las blancas fachadas y se refleja en la tranquila superficie del agua. Las barcas fondeadas no son sino las mismas casas del pueblo, que han bajado a bañarse, o viceversa, las casas son sólo las barcas que han emergido y trepado a la tierra para secarse al sol. (Texto de Guillermo Solana Díez, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, pág. 418).