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Daniel GONZÁLEZ (1893 - 1969)
1916. Bronce
Daniel González es un caso desventurado en la escultura española del siglo XX. Una grave enfermedad truncó, no su vida, pero sí su carrera cuando tenía cuarenta años, y ya era uno de los creadores más interesantes de nuestro país. Su breve trayectoria encarna el proceso de modernización del realismo escultórico bajo la impronta de la simplificación formal de las vanguardias.
Daniel había nacido en Cervera del Río Alhama, en la Rioja Alta, pero se formó en Vitoria. En 1907 ingresó en la Escuela de Artes y Oficios y en los años siguientes trabajó en los talleres de escultura (la Escuela Práctica de Modelado y Talla) vinculados a las obras de la Catedral Nueva de la ciudad. Entre 1910 y 1913, sus obras merecerían varios premios del Ayuntamiento de Vitoria y de la Diputación. Cuando se clausuraron las obras de la Catedral, en 1914, el artista reunió sus ahorros y se marchó a París, donde entró en contacto con la colonia de artistas españoles. Pero sólo unos meses después estallaba la guerra mundial y Daniel tuvo que repatriarse (regresaría a París en 1918, al concluir la contienda, para establecerse allí de modo casi definitivo).
A su vuelta a España, Daniel realizó en Vitoria algunos retratos que eran sólo correctos ejemplos de un naturalismo académico. Pero una obra producida en esa época, el Retrato del violinista Cánepa, destaca como un primer resultado ambicioso y personal, que se aparta de los patrones más convencionales. Cánepa dio una serie de conciertos en el Café Suizo de Vitoria; el artista asistió a ellos y tomó apuntes para realizar la cabeza en su estudio, entre diciembre de 1915 y enero de 1916. En esta cabeza, lo esencial no es la fidelidad a los detalles del modelo concreto, sino el afán de elevar al individuo a la categoría de arquetipo. En los rasgos y la actitud de Cánepa se encarnaría el ideal del artista puro y visionario. Por su trasfondo espiritual y por su estilo, la pieza enlaza con la serie de Bustos de la raza de Julio Antonio de 1909-14, que aplicaba a sus tipos castellanos los modelos de la estatuaria clásica grecorromana y de Donatello. Una pronunciada estilización de corte modernista y simbolista se hace visible en el tratamiento de los cabellos a base de líneas onduladas. (Texto de Guillermo Solana Díez, dentro del libro "El Arte en el Senado", editado por el Senado, Madrid, 1999, pág. 494).